Como de costumbre, madrugamos..., por el forro. Julio y el Pani bajan cuando el sol está en el centro del cielo. "Joder, estábamos sentados al borde de la cama, a que llamárais, para bajar", dice el Pani. Cogemos las bicis y nos vamos a la catedral.
No vamos a hacer el Camino del Salvador sin hacerle una vistita. Sellamos y salimos de Oviedo gracias a los hijos de Juan, que van diciendo "izquieeeerrrrda" o "dereeeeechaaa" en el gps, porque las indicaciones brillan por su ausencia.
Pasamos por San Lázaro y nos dirigimos hacia el alto del Escamplero. Como unos hachas lo subimos de un tirón. Juan tiene tocado el desviador de la bici. Nos desviamos hacia Nora y Trubia en una bajada maravillosa de 4 km en la que a la bici le entra un subidón. Total que encontramos un taller de coches que se interesan por el problema. Luego llega el panadero del pueblo que sabe de pan y de bicis y entre el uno y el otro nos dejan la bici fina, filipina.
Bocata para continuar y hacia Grado. Pasamos por puentes de madera, por bosques, por rios que los hermanos Zugasti no pueden resistirse a cruzar por el agua... un bellezón de sitio.
Nos espera todavía el alto del Fresno que nos termina de dejar para el arrastre. En una parte de este trayecto, en un encajonamiento del Camino, con todo lleno de barro y piedras resbaladizas, hago el gañán y me voy contra el muro. Me alegro de cada euro que me costó el casco.
Llegan Pedro y Julio, que iban detrás, me ayudan a levantarme y les digo: "¿lo habéis visto?. "No", contestan. "Pues no lo pienso repetir". Tengo magulladuras en partes del cuerpo que no me veo ni con un espejo de mano.
La idea era ir a Salas. Hablamos por teléfono y nos recomiendan que vayamos a Cornellana. Llega un momento que tengo tal cansancio que ni las pastillas de glucosa me hacen reaccionar.
Habíamos pasado unos 4 km de Cornellana y decidimos "dar media vuelta y seguir avanzando".
Según entramos en el pueblo, un paisano nos dice que es el hospitalero y que nos abre el monasterio y que vamos a estar muy bien. No hay ningún otro peregrino y tenemos todo para nosotros. Agua caliente, calefacción, lavadora, secadora... un lujo asiático. Hasta verja automática. Nos da la llave para que volvamos cuando queramos.
Nos vamos a cenar al Dani, y prefiero no decir lo que nos metimos entre pecho y espalda, porque si no, no se cree ni Dios lo que estamos sufriendo.
No vamos a hacer el Camino del Salvador sin hacerle una vistita. Sellamos y salimos de Oviedo gracias a los hijos de Juan, que van diciendo "izquieeeerrrrda" o "dereeeeechaaa" en el gps, porque las indicaciones brillan por su ausencia.
Pasamos por San Lázaro y nos dirigimos hacia el alto del Escamplero. Como unos hachas lo subimos de un tirón. Juan tiene tocado el desviador de la bici. Nos desviamos hacia Nora y Trubia en una bajada maravillosa de 4 km en la que a la bici le entra un subidón. Total que encontramos un taller de coches que se interesan por el problema. Luego llega el panadero del pueblo que sabe de pan y de bicis y entre el uno y el otro nos dejan la bici fina, filipina.
Bocata para continuar y hacia Grado. Pasamos por puentes de madera, por bosques, por rios que los hermanos Zugasti no pueden resistirse a cruzar por el agua... un bellezón de sitio.
Nos espera todavía el alto del Fresno que nos termina de dejar para el arrastre. En una parte de este trayecto, en un encajonamiento del Camino, con todo lleno de barro y piedras resbaladizas, hago el gañán y me voy contra el muro. Me alegro de cada euro que me costó el casco.
Llegan Pedro y Julio, que iban detrás, me ayudan a levantarme y les digo: "¿lo habéis visto?. "No", contestan. "Pues no lo pienso repetir". Tengo magulladuras en partes del cuerpo que no me veo ni con un espejo de mano.
La idea era ir a Salas. Hablamos por teléfono y nos recomiendan que vayamos a Cornellana. Llega un momento que tengo tal cansancio que ni las pastillas de glucosa me hacen reaccionar.
Habíamos pasado unos 4 km de Cornellana y decidimos "dar media vuelta y seguir avanzando".
Según entramos en el pueblo, un paisano nos dice que es el hospitalero y que nos abre el monasterio y que vamos a estar muy bien. No hay ningún otro peregrino y tenemos todo para nosotros. Agua caliente, calefacción, lavadora, secadora... un lujo asiático. Hasta verja automática. Nos da la llave para que volvamos cuando queramos.
Nos vamos a cenar al Dani, y prefiero no decir lo que nos metimos entre pecho y espalda, porque si no, no se cree ni Dios lo que estamos sufriendo.
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